Esto pasó allá por la década de los 60. El día que se puso el caleidoscopio al revés cambiaron unas cuantas cosas. Por ejemplo, hacer la colada ya no era lo mismo, moviendo bloques simétricos de colores vivos en lugar de ropa, llevándolos de la lavadora a la cuerda de tender, la cual se doblaba sobre sí misma en un punto medio perfecto. Salir a la calle se convirtió en un peligro, con edificios gigantes y coloristas que se volcaban uno sobre otro, desapareciendo en el límite exacto de nuestras cabezas. Ya no llovía, no hacía sol, nada de fenómenos meteorológicos, sólo había unas estrellas verdes que giraban y chocaban y cambiaban a rojo, a rombos, a formas geométricas reinventadas. La música también se vio afectada, dejó de oirse para pasar a ser vista, produciendo avalanchas visuales cada vez que dos radios se encontraban próximas y la gente moría aplastada por solos de guitarra y por coros de iglesia. Algunas personas pasaron a ser también geometría y rodaban con sus ángulos por las aceras, atropellando peatones que se resistían al cambio y desaparecían en el punto en que se cruzan los espejos y las lentes.
La situación poco a poco se volvió insostenible y el Gobierno activó el plan de emergencia, mientras sus ministros saltaban de una losa triangular a otra cuadrada, con miedo a caer al vacío de luz cristalina que se abría entre las figuras cambiantes. Decidieron en última instancia repartir LSD entre la población. Y bueno, se puede decir que funcionó, todas las cosas volvieron a ser grises y regresó la tiranía de la gravedad, la separación de los sentidos, la ropa colgando de los hombros y ajustada a las cinturas, volvió el dolor y la risa, la lluvia y a veces, pero sólo a veces, el sol. Al parecer sólo había sido un problema de percepción. Yo no estaba tan seguro de aquello. Miré por la ventana. Sonreí. Definitivamente no estaba todo perdido. Sobre la ciudad se había dibujado un inmenso arcoiris espumoso.
La situación poco a poco se volvió insostenible y el Gobierno activó el plan de emergencia, mientras sus ministros saltaban de una losa triangular a otra cuadrada, con miedo a caer al vacío de luz cristalina que se abría entre las figuras cambiantes. Decidieron en última instancia repartir LSD entre la población. Y bueno, se puede decir que funcionó, todas las cosas volvieron a ser grises y regresó la tiranía de la gravedad, la separación de los sentidos, la ropa colgando de los hombros y ajustada a las cinturas, volvió el dolor y la risa, la lluvia y a veces, pero sólo a veces, el sol. Al parecer sólo había sido un problema de percepción. Yo no estaba tan seguro de aquello. Miré por la ventana. Sonreí. Definitivamente no estaba todo perdido. Sobre la ciudad se había dibujado un inmenso arcoiris espumoso.
3 comentarios:
Cojonudo, de los que más me ha gustado :)
Otra ración de Soma, por favor.
Te quiero, Grumetillo mio.
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