La guerra comenzó. Nadie sabía la razón, pero ya se sabe que en estas cosas la razón es lo de menos. Primero fueron sutiles amenazas, tropas asentadas a las afueras, fumando cigarrillos mientras esperaban la hora de entrar en acción. Una señal, cualquier cosa bastaría, una amenaza, la caballería misma que rondaba en torno a la base militar. Así que mataron a los jinetes. Y se comieron a los caballos. Represalias enemigas: la base es destruída por la artillería pesada. Intercambio de muertes a lo largo del tiempo. Los comandantes miran sus relojes, la cuenta atrás hacia el fin del mundo. Ninguno quiere que el reloj llegue a cero. Apuntan cada movimiento táctico en sus papeles, analizan la situación mientras los soldados mueren, mueren, mueren. Hasta que sólo quedan los comandantes. Se miran a los ojos. Dicen: tablas. Los dos jugadores se dan la mano. El sudor de tanta muerte pasada se concentra en el espacio virtual que queda entre las palmas. Se van, abandonan al tablero en medio del silencio. Y las piezas ya no se mueven. No se mueven más.
1 comentario:
Me encanta el ajedrez, pero también esta descripción.
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