He estado días y noches (sobre todo noches, durante el día tenía también otras ocupaciones) cavando una fosa común para enterrar mis sueños. Y bueno, ahora que he terminado me he dado cuenta de que me ha quedado demasiado grande para tan poco que sepultar. En fin, mejor que sobre que que falte. He de reconocer que cavar ha sido lo bastante entretenido como para no tener que pensar en nada más que en el agujero, como si hubiera exiliado su finalidad durante el proceso, simplemente la fosa y yo, nada más, así todo fue más sencillo, puede que incluso empezara a cavar sin saber siquiera para qué. Quizás por eso me ha quedado tan grande. Ahora viene la peor parte. He ordenado mis sueños por tamaños, cada uno dentro de su pequeña caja negra (porque los sueños viven dentro de cajas negras). Alguno debe haber muerto hace ya mucho tiempo porque aquí huele a putrefacción y a lágrimas y a comida olvidada en el frigorífico durante meses. Otros siguen vivos y se agitan y gimen, mientras que otros aceptan su destino, en silencio: sus cajas están tan quietas. Así que los voy cogiendo y arrojando al hoyo, llueven cajas negras dentro de la tumba y es como si cada caja que se hunde en el fondo me arrancara un trozo de carne, arrastrándolo con ella a la nada. Poco a poco voy tirando todas las cajas negras, soportando sus mordiscos dentro de lo posible. Al acabar y disponerme a tapar todo el montón, me sube un escalofrío al mirar la fosa. Estoy más ahí dentro que aquí fuera. Y las cajas se ríen de mí.
2 comentarios:
Me encanta lo descriptivo que puedes llegar a ser.
Como sigas así la caja que lleve tu cuerpo será de lo más liviana. Deja alguno dentro, hombre, que se joda el enterrador.
Y que así sigan las musas.
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