miércoles, 4 de junio de 2008

Hipótesis

Podría ser en un pub, de madrugada. Dentro de unos cuantos años. Yo, atontado por la bebida. Ella, bailando en la pista, relativamente sobria y luchando en vano contra el paso del tiempo: contra las arrugas de haber perdido tantas sonrisas y contra la celulitis que crece, lenta y truculenta, tapizando las nalgas sin pedir permiso (y eso es lo más terrible, que nadie le ha pedido permiso). Yo estaré solo. Un punto negro en medio de un folio en blanco. Pediré en la barra una copa de más. Parece mentira que a esa edad todavía no sepa cuándo debo dejar de beber e irme a dormir. Moviendo mi cabeza al compás de la música, como un muelle enloquecido, con los ojos apenas abiertos. No repararé en su presencia hasta que logre levantar mis párpados, más pesados que de costumbre por obra y gracia del alcohol, para echar un vistazo al mundo exterior. Y en medio del local se cruzarán nuestras miradas como un choque de trenes. Sangre y vasos de tubo volando por los aires. Que alguien llame a una ambulancia. Después, el saludo inevitable de los reencuentros: qué es de tu vida, te veo muy bien, diré. Tú también estás muy bien, mentirá, perdiendo otra sonrisa más conmigo. Reconstruiremos verbalmente nuestras vidas, intentando hacer que parezcan interesantes a base de anécdotas pegajosas. Y de hecho nos parecerán interesantes, o al menos fingiremos que nos lo parecen. Seguidamente me presentará a sus acompañantes. No les caeré bien o no me caerán bien, qué más da. El caso es que me entrará mucha prisa por irme de allí. La definición de incomodidad. Surgirán las oportunas mentiras para sellar una despedida amistosa. Bueno, me tengo que ir. A ver si nos vemos más. Claro, pásalo bien. Así será mucho menos trágico. Como si todo esto nunca fuera a pasar.

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