lunes, 24 de diciembre de 2007

Filosofía

Creo que para entender todo esto hay que comenzar por tus cabellos, esos que desprendías de uno en uno y dejabas caer entre las páginas de mis libros o sobre mi antebrazo, y yo entonces pensaba en el otoño y en muñecas de plástico cayendo de las Torres Gemelas. A cambio te dibujaba monigotes en folios Din A4 que guardabas como si fueran un tesoro, y yo no te comprendía. De este modo nuestro trueque sucedía igual que suceden los accidentes. Por casualidad. En aquel tiempo las cosas funcionaban así.

Aunque antes de aquello ya hubo algo, hubo miradas inefables, hubo la sensación de imposibilidad contra la que luché en vano con un taciturno e-mail, hubo el aire entre los dos que, a veces, llenábamos de palabras. Palabras que ahora se me mezclan (¿me quieres?) con las imágenes en un desorden de recuerdos. Un collage de momentos que, vistos de manera retrospectiva, se pueden intentar analizar a modo de historiador, pero hacer esto sería engañarnos, buscar algún tipo de nexo lógico entre ellos equivaldría a negar que cada cosa que pasó fue coincidencia, azar, una superposición en el tiempo, que solamente somos dos gatos en la caja de Schrödinger.

Aquel pelotón de sensaciones iba tomando aspecto de una sinfonía que ascendía in crescendo, con sus altibajos, con sus silencios, con o sin cervezas. El reconocimiento de que al otro lado había alguien con quien hablar y que siempre cabía la posibilidad de ir a verlo. Y así una noche que yo tenía miedo de vivir tú me ofreciste un rincón en tu cama. Acepté. Hice cosas que puede que parecieran inoportunas pero es innegable que desde un punto de vista hedonista fueron cojonudas. Y al final de la noche tú me preguntaste, y yo mentí y tú también mentiste porque sí te habías dado cuenta. Y los dos acabamos cansados en medio de un farsa pegajosa hasta que sonó la alarma del despertador. Y a partir de entonces nuestra relación se fue desdibujando poco a poco.

No nos dimos cuenta de eso hasta que vino la confirmación del fracaso de todo lo anterior (¿ya no me quieres?) con el exilio temporal entre ambos. La orquesta se disolvió, la sustituyó un desierto de silencios. Así llegó el vagar con otros cuerpos, encontrar otros cabellos entre los dedos. De lo pasado ya sólo quedaba un ovillo de memorias tan fáciles de ignorar.

Y ahora, como un bumerán me vuelve todo de golpe. La verdad es que no quiero hablar de ti porque no me gusta excederme con los halagos. Acabo diciendo tonterías y cosas ñoñas. Así que me limitaré a mirarte muy de cerca. A susurrarte una brisa cálida en el oído. Y a completar el estudio de tu cuerpo, esta vez sí, esta vez sin mentiras.
Porque no me pienso perder ni uno solo de tus cabellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

se me ha escapado una lagrima. gracias.

filosofia.