miércoles, 1 de julio de 2009

La espera (y 7)

Hubo una época en que no se me daba mal esto de escribir. Qué más puedo decir, las cosas funcionaban. Sin embargo, ahora, cada vez que lo intento, todo se desmadra. Ahora ni siquiera logro enmendar mis errores como Dios manda. Porque empezar todo este cuento de Gabriel y de Tel fue un error. Y no borrarlo a tiempo fue otro error. Pero ya está bien de lamentarse. Están a punto de llegar. Todos.

El primero en aparecer es Otelo. Trae a rastras el cadáver de mi amigo Jorge. Justo como le pedí.
–¿Qué tal, Otelo?
–Bien –dice secamente. Se deja caer en la silla y deja en el suelo a Jorge. O, mejor dicho, lo que queda de Jorge.
–Te huele el aliento a alcohol.
No le da tiempo a responder porque hace acto de presencia Tel, radiante como siempre. Y viva.
–Hola Tel, bienvenida.
–Hola –está tan seria.
–¿Sabes si va a poder venir Gabriel?
–No me hizo caso cuando fui a verle al manicomio. Cree que estoy...
–Muerta.
–Sí –dice y me parece como si ahogase un llanto.
–Bueno, estaba claro que no podía salir todo como yo esperaba. Para no perder la costumbre.
Nadie se ríe.
–En fin, vayamos al grano –continúo–. Os he prometido no haceros daño y supongo que por eso habéis accedido a venir. Espero que no intentéis hacer ninguna estupidez –les muestro que en mi poder tengo un bolígrafo y una hoja en blanco–, porque no os gustaría lo que puedo escribir aquí. ¿Conformes?
–Sí, jefe –dice Otelo.
–¿Tel?
–Sí... –dice a regañadientes.
–Bien, una vez aclarados los términos de esta reunión, os pido disculpas. Por todo lo que os he hecho pasar.
–Puedes ahorrarte tus disculpas. Estamos un poco cansados de este rollito de Unamuno que te traes con nosotros –dice Tel.
–¿Cómo?
–Sí, ahora actúa como si nunca hubieras leído Niebla.
–Un momento, yo... –pero antes de que pueda defenderme de las acusaciones de Tel, Otelo se abalanza sobre mí, me golpea y me quita el papel y el Bic. Gabriel aparece en ese momento por la puerta.
–¿Llego tarde? –pregunta Gabriel.
–Hijos de puta –les digo sin apreciar la ironía de mi insulto.
–Creo que ahora tendrás que escucharnos tú a nosotros –dice Tel.
–No sé qué pretendéis hacer con ese papel, pero os advierto...
–Vamos a romper este papel en blanco, jefe. Y no podrás evitarlo –dice Otelo sonriente.
–¡No! ¡No lo entiendes! –grito y salto de mi asiento para tratar de evitarlo pero Otelo ejecuta, y el rasgar del papel suena, suena a derrota y a sangre desparramándose. Suena a que esta historia acaba de perder todo atisbo de futuro. Ya no queda lugar donde escribir. Y cuando quiero darme cuenta han desaparecido. Tel, Gabriel y Otelo ya no existen. Los muy idiotas prefirieron eso a que negociara con ellos un final decente. Todo esto ha sido para nada.

Me derrumbo en la silla y miro el cuarto en silencio.
Sólo veo el cadáver de un amigo. Y, justo en frente, a un escritor de mierda que no para de llorar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si estaba todo planeado de antemano: ¡bravo! Soy una ingenua completa, he caído de lleno no sabía por dónde me ibas (¿ibáis?) a llevar.
Si ha sido improvisado: increíble lo bien que ha caído "sobre sus patas" la historia.