Puedes coger las uvas como si de verdad fueran a darte suerte. Incluso puede que sean uvas prefabricadas, peladas y sin pepitas, de esas que a poco que te esfuerces en mirarlas parece que no sean ni siquiera uvas. Puede que estés con tu familia, porque a fin de cuentas todo esto de comer uvas rituales no puede hacerse mejor que con aquellos con los que compartes tus genes, para bien y para mal sus células tienen un poco de las tuyas. O viceversa. Puede que, por contra, no estés con quien quisieras estar, y que entonces las uvas no sean más que una rutina anual, el arte absurdo del carpe diem destinado por una noche a sobrevivir a sus 12 acometidas. Puedes equivocarte y empezar a engullirlas en los cuartos. Puede que por un azar de 9 meses de espera tengas que salir de cuentas cuando todo el mundo pone a punto los matasuegras. O puede que seas tú el que tenga que cortar el cordón umbilical en ese momento. O puede que el cordón umbilical sea tuyo. Puede que en vez de uvas te hagas el gracioso y lo hagas con polvorones. Puede que tengas el mal gusto de poner Antena 3, con la excusa de ver si Ramontxu se atraganta en directo y muere por fin. Puede que que el que se atrangante seas tú y acabes en el hospital. Y puede que veas desde tu camilla un hombre apretar el pecho de un hombre recién infartado, una imagen de tres letras: RCP. Es que las arterias se pueden ocluir también en nochevieja. Puede que ya estés un poco ebrio/a para cuando suene la Puerta del Sol en la tele. Puede que alcances ese estado al final de la noche y que para entonces sólo sepas abrir la boca para vomitar. Puede que sea un coma etílico. Puede que mañana no veas el concierto de año nuevo. O puede que no te guste felicitar el año nuevo con la boca llena de pellejos de uva. Y proferir algo como: Fle-liz-ah-ni-o-nue-vo. Con los carrillos llenos de detritus de uva. Si te besan procura no escupir.
lunes, 31 de diciembre de 2007
domingo, 30 de diciembre de 2007
Monstruos en Colón
Han dicho: "La cultura del laicismo radical es un fraude y un engaño, no construye nada (...)". Pobres. No se dan cuenta o no quieren darse cuenta de que les ha construido a ellos mismos. Les aterra verse igual de monstruosos que aquellos que critican. Se esconden detrás de grandes micrófonos porque no quieren verse en el otro lado de las trincheras. Del lado de la cultura del cristianismo radical.
viernes, 28 de diciembre de 2007
Todos feos
Hay niñas con ortodoncia que no tienen miedo a sonreír. Desafiándote cuando abren los labios e insinúan hacia los lados dos filas infinitas de molares recauchutados. Creando a su vez la paradoja de aceptar temporalmente la fealdad metálica en pos de una futura perfección odontológica hecha de sonrisas de cadenas de montaje, de moldes de plastilina, del arte de clonar la belleza. Es algo así como tener la Novena Sinfonía de melodía de móvil. Como los calvos que usan peluquín. Como las chicas que necesitan esconderse debajo del maquillaje. Como todas esas personas que se equivocan con sus gustos monocromáticos. Y que no comprenden que hay formas distintas de entender lo bello.
Todos ellos apartan la mirada cuando rompo espejos. Y después me desean 7 años de mala suerte.
Todos ellos apartan la mirada cuando rompo espejos. Y después me desean 7 años de mala suerte.
jueves, 27 de diciembre de 2007
Fiebre del miércoles noche
Mierda. Un Michael Jordan febril pudo anotar 38 puntos ante los Utah Jazz en el 97. Y yo no pude ni levantarme de la cama para tomarme un puto paracetamol.
Después soñé contigo en medio del delirio y los escalofríos. Me mirabas mientras echabas humo por la boca. Estabas fumando. Y entonces supe que era el fin del mundo.
Después soñé contigo en medio del delirio y los escalofríos. Me mirabas mientras echabas humo por la boca. Estabas fumando. Y entonces supe que era el fin del mundo.
martes, 25 de diciembre de 2007
Canon
Cuando te sacan una foto no sólo te están sacando una foto. Cuando te sacan una foto y miras al objetivo no miras sólo a la lente de un cacharro de 7 x 5 x 3 cm. Te miras a ti mismo, 10, 20 o 30 años más viejo, sentado en un sillón una tarde de domingo repasando viejas fotografías, viendo tu imagen de joven, la imagen que exportas cada vez que salta el flash sobre ti. No paramos de mandarnos cartas al futuro. Piensa en esto cuando te apunten con una Canon cargada. Cuando te digan: ¡sonríe! Piensa que cuando todos sean unos viejos decrépitos cogerán tu foto, esa para la que estás a punto de posar, y llorarán usándote como excusa. Se les correrá el rimel sobre tu cara recordando esa nochevieja. A ti también se te correrá el rimel. Viéndote a ti misma, cuando estabas mucho mejor, mucho más borracha, mucho más sonriente. O viéndote a ti de vieja, dentro del objetivo, esperándote.
Por eso siempre salgo en las fotos con cara de susto.
Por eso siempre salgo en las fotos con cara de susto.
lunes, 24 de diciembre de 2007
Filosofía
Creo que para entender todo esto hay que comenzar por tus cabellos, esos que desprendías de uno en uno y dejabas caer entre las páginas de mis libros o sobre mi antebrazo, y yo entonces pensaba en el otoño y en muñecas de plástico cayendo de las Torres Gemelas. A cambio te dibujaba monigotes en folios Din A4 que guardabas como si fueran un tesoro, y yo no te comprendía. De este modo nuestro trueque sucedía igual que suceden los accidentes. Por casualidad. En aquel tiempo las cosas funcionaban así.
Aunque antes de aquello ya hubo algo, hubo miradas inefables, hubo la sensación de imposibilidad contra la que luché en vano con un taciturno e-mail, hubo el aire entre los dos que, a veces, llenábamos de palabras. Palabras que ahora se me mezclan (¿me quieres?) con las imágenes en un desorden de recuerdos. Un collage de momentos que, vistos de manera retrospectiva, se pueden intentar analizar a modo de historiador, pero hacer esto sería engañarnos, buscar algún tipo de nexo lógico entre ellos equivaldría a negar que cada cosa que pasó fue coincidencia, azar, una superposición en el tiempo, que solamente somos dos gatos en la caja de Schrödinger.
Aquel pelotón de sensaciones iba tomando aspecto de una sinfonía que ascendía in crescendo, con sus altibajos, con sus silencios, con o sin cervezas. El reconocimiento de que al otro lado había alguien con quien hablar y que siempre cabía la posibilidad de ir a verlo. Y así una noche que yo tenía miedo de vivir tú me ofreciste un rincón en tu cama. Acepté. Hice cosas que puede que parecieran inoportunas pero es innegable que desde un punto de vista hedonista fueron cojonudas. Y al final de la noche tú me preguntaste, y yo mentí y tú también mentiste porque sí te habías dado cuenta. Y los dos acabamos cansados en medio de un farsa pegajosa hasta que sonó la alarma del despertador. Y a partir de entonces nuestra relación se fue desdibujando poco a poco.
No nos dimos cuenta de eso hasta que vino la confirmación del fracaso de todo lo anterior (¿ya no me quieres?) con el exilio temporal entre ambos. La orquesta se disolvió, la sustituyó un desierto de silencios. Así llegó el vagar con otros cuerpos, encontrar otros cabellos entre los dedos. De lo pasado ya sólo quedaba un ovillo de memorias tan fáciles de ignorar.
Y ahora, como un bumerán me vuelve todo de golpe. La verdad es que no quiero hablar de ti porque no me gusta excederme con los halagos. Acabo diciendo tonterías y cosas ñoñas. Así que me limitaré a mirarte muy de cerca. A susurrarte una brisa cálida en el oído. Y a completar el estudio de tu cuerpo, esta vez sí, esta vez sin mentiras.
Porque no me pienso perder ni uno solo de tus cabellos.
Aunque antes de aquello ya hubo algo, hubo miradas inefables, hubo la sensación de imposibilidad contra la que luché en vano con un taciturno e-mail, hubo el aire entre los dos que, a veces, llenábamos de palabras. Palabras que ahora se me mezclan (¿me quieres?) con las imágenes en un desorden de recuerdos. Un collage de momentos que, vistos de manera retrospectiva, se pueden intentar analizar a modo de historiador, pero hacer esto sería engañarnos, buscar algún tipo de nexo lógico entre ellos equivaldría a negar que cada cosa que pasó fue coincidencia, azar, una superposición en el tiempo, que solamente somos dos gatos en la caja de Schrödinger.
Aquel pelotón de sensaciones iba tomando aspecto de una sinfonía que ascendía in crescendo, con sus altibajos, con sus silencios, con o sin cervezas. El reconocimiento de que al otro lado había alguien con quien hablar y que siempre cabía la posibilidad de ir a verlo. Y así una noche que yo tenía miedo de vivir tú me ofreciste un rincón en tu cama. Acepté. Hice cosas que puede que parecieran inoportunas pero es innegable que desde un punto de vista hedonista fueron cojonudas. Y al final de la noche tú me preguntaste, y yo mentí y tú también mentiste porque sí te habías dado cuenta. Y los dos acabamos cansados en medio de un farsa pegajosa hasta que sonó la alarma del despertador. Y a partir de entonces nuestra relación se fue desdibujando poco a poco.
No nos dimos cuenta de eso hasta que vino la confirmación del fracaso de todo lo anterior (¿ya no me quieres?) con el exilio temporal entre ambos. La orquesta se disolvió, la sustituyó un desierto de silencios. Así llegó el vagar con otros cuerpos, encontrar otros cabellos entre los dedos. De lo pasado ya sólo quedaba un ovillo de memorias tan fáciles de ignorar.
Y ahora, como un bumerán me vuelve todo de golpe. La verdad es que no quiero hablar de ti porque no me gusta excederme con los halagos. Acabo diciendo tonterías y cosas ñoñas. Así que me limitaré a mirarte muy de cerca. A susurrarte una brisa cálida en el oído. Y a completar el estudio de tu cuerpo, esta vez sí, esta vez sin mentiras.
Porque no me pienso perder ni uno solo de tus cabellos.
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sábado, 22 de diciembre de 2007
Sudokus
A ella le gustaba hacer sudokus. A mí me admiraba su facilidad para colocar un 3 donde yo sólo veía un cuadrado en blanco. Me gustaba observar su entrecejo fruncido y la mirada concentrada que bailaba de un lado para otro sobre el cruce de casillas. Y, para qué negarlo, lo que más me fascinaba era cuando, absorta, apoyaba suavemente el lápiz 2HB sobre su labio inferior, para poco después regresarlo sobre la hoja de periódico en un movimiento parabólico perfecto. Era una insinuación inconsciente que me lanzaba cada vez que dudaba entre colocar un 5 o un 9. Yo a modo de réplica encendía un cigarrillo a falta de lapiceros (u otra cosa) que chupar. La compenetración en esta fase oral solía ser bastante buena. Normalmente para cuando ella acababa de decidir qué número colocar yo ya había encendido y fumado buena parte del pitillo. Otras veces ella levantaba la mirada del papel y sus ojos coincidían por azar conmigo, y seguidamente me desdeñaba en cierto modo, prefiriendo concentrarse de nuevo en su universo de 9 dígitos. Yo no me tomaba su actitud muy a pecho porque sabía que, en realidad, el hecho de que ella no rehuyera mi presencia y siguiera haciendo el sudoku como si yo no estuviera allí era una especie de acto de sumisión, un dejar hacer al voyeur de turno que has cazado mientras follas, una aceptación del hecho al fin y al cabo. Yo sonreía cada vez que ella fingía esto (porque sé que lo fingía: sus ojos se clavaban unas décimas de segundo en mí, me veía, ¡me veía!) y me dejaba llevar por sus gestos plenamente naturales: suspirar periódicamente, recogerse el pelo deslizando las yemas de los dedos por encima de la oreja cuando había más melena de la cuenta en su campo de visión, morderse el labio inferior si notaba algo que no encajara en la cuadrícula, sonreír satisfecha cuando lograba adivinar la identidad de algún número que le costaba. Y así seguía el juego, ella iba desentrañando la clave hasta que acababa el sudoku, dejaba el periódico sobre el banco y se iba hacia la parada del bus, indiferente. Yo me quedaba sentado en el banco de enfrente esperando algún gesto, una mano vagamente abierta, una sonrisa, un guiño, que nunca llegaba. Así que me quedaba allí, petrificado, inmerso en un coitus interruptus, esperando a que ella desapareciera en el bus para poder ir hasta el banco de enfrente y coger el periódico garabateado por ella. Cuando nadie me miraba lo olía. Hundía mi nariz sobre el papel. Y era como meter las narices en una biblioteca de tristezas, en trapos de melancolía, en sexos olvidados. Era comprender de golpe y demasiado tarde por qué había que poner un 3 ahí (comprender el porqué ella se tenía que ir obviándome, por qué no podía ser de otra forma). Y era una verdad tan terrible, tan asfixiante, que al final yo tenía que enterrar aquel periódico cada tarde en una papelera para poder dormir. Así sucedió hasta que la dejé de ver. Y junto a su rostro olvidé el secreto de los sudokus.
viernes, 21 de diciembre de 2007
Propósitos de blog nuevo
Esta vez no empezaré hablando de tu boca entreabierta. Ni de tus párpados cerrados. Ni de la luz mortecina, más que suficiente para dibujar el contorno de los cuerpos.
Esta vez no hablaré de dedos apretando el corazón hasta hacerlo sangrar.
Esta vez no mandaré más cartas. Ni te escribiré "tq" en las páginas de un cuaderno o en la pantalla de un móvil; evitaré los acrónimos de mis sentimientos.
Esta vez obviaré los temas controvertidos. Nada de homenajes a gente que se pica heroína en medio de un descampado o en medio de la nada. Nada de alcohol hasta la náusea. Nada de enfermos muriendo en las camas de un hospital, ni de cómo las ambulancias se dedican a reponer el cargamento de los coches fúnebres. Nada de eutanasia, ni de fetos abortados, ni de células embrionarias que curan el Alzheimer. Tampoco hablaré de Ramón García dando las uvas en Antena 3.
Esta vez no mentaré el fútbol, ni siquiera el barça-madrid con sus miles de palurdos acudiendo en masa a reunirse en torno al Camp Nou y a los televisores de bares y domicilios y que celebran los goles como orgasmos, o peor: como si fueran mejores que los orgasmos.
Esta vez no pediré nada a los Reyes Magos. No quiero que me defrauden más.
Y esta vez no te enseñaré ninguna foto: sólo podrás acceder a mí a través de las palabras y de las letras, sólo podrás tocarme y acariciar mi piel con las preposiciones de lugar y los sustantivos, resbalar sobre los labios diciendo el verbo, provocando los susurros llenos de adjetivos y de pronombres demasiado personales, demasiado reales.
Igual que eyacular en presente de indicativo.
Esta vez no hablaré de dedos apretando el corazón hasta hacerlo sangrar.
Esta vez no mandaré más cartas. Ni te escribiré "tq" en las páginas de un cuaderno o en la pantalla de un móvil; evitaré los acrónimos de mis sentimientos.
Esta vez obviaré los temas controvertidos. Nada de homenajes a gente que se pica heroína en medio de un descampado o en medio de la nada. Nada de alcohol hasta la náusea. Nada de enfermos muriendo en las camas de un hospital, ni de cómo las ambulancias se dedican a reponer el cargamento de los coches fúnebres. Nada de eutanasia, ni de fetos abortados, ni de células embrionarias que curan el Alzheimer. Tampoco hablaré de Ramón García dando las uvas en Antena 3.
Esta vez no mentaré el fútbol, ni siquiera el barça-madrid con sus miles de palurdos acudiendo en masa a reunirse en torno al Camp Nou y a los televisores de bares y domicilios y que celebran los goles como orgasmos, o peor: como si fueran mejores que los orgasmos.
Esta vez no pediré nada a los Reyes Magos. No quiero que me defrauden más.
Y esta vez no te enseñaré ninguna foto: sólo podrás acceder a mí a través de las palabras y de las letras, sólo podrás tocarme y acariciar mi piel con las preposiciones de lugar y los sustantivos, resbalar sobre los labios diciendo el verbo, provocando los susurros llenos de adjetivos y de pronombres demasiado personales, demasiado reales.
Igual que eyacular en presente de indicativo.
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