martes, 11 de marzo de 2008

Nihilismo

Los muchachos se reunían en el bar por la tarde, sin que importase el tiempo o los quehaceres de cada uno, invariablemente día tras día, simplemente por inercia o por desidia. Al poco les servían las cervezas, y alguno de ellos encendía algún cigarrillo, siempre manteniendo un ritmo de conversación constante. Los temas eran profundamente triviales, a veces incluso rayando la chabacanería, pero era quizás su forma de confesarse, las oraciones hechas de chistes verdes y de insultos gratuitos, las opiniones infundadas. Si por algún azar el tema de conversación se tornaba en política se valían para despacharlo con los tópicos de siempre, evitando siempre cualquier análisis sustancial sobre la esencia de la política, repitiendo lo mismo que se puede leer en el periódico, cagándose en Dios si precisaba. Así sucedía con otros temas universales, si era acaso el amor acababan reduciéndolo a anécdotas sexuales, si era la muerte, preferían callar, dar un trago largo a la cerveza y seguidamente contar un chiste. Era un poco como si lo trascendental allí estuviese vedado, como si hubiera un pacto implícito entre ellos, pues todo se reducía a beber y reír y fumar, inundando todo de una banalidad tan solvente como una religión. Cierto es que a veces alguno infringía ese espacio, atravesaba sin miedo los confines exponiendo sus sentimientos y salpicaba a todos con un poco de sinceridad hostil. Las palabras sinceras eran como un ataque a los principios de la reunión, pero la herejía en seguida era aplastada por una burla, limitada a un chascarrillo sobre el sentimiento, y al infractor no le quedaba más remedio que aceptar su derrota con una carcajada o con una calada y un asentir con la cabeza envuelta en la nada. Todos evitaban del mismo modo volver a esos asuntos demasiado importantes en lo que restaba de reunión. Tras unas cuantas rondas se despedían repitiendo los mejores momentos del día, que si cuando X dijo lo del tío enculado, que si madre mía, qué mal, que si Q está mal de la cabeza. Un hasta mañana vulgar cerraba sesión a la puerta del local, y cada uno marchaba por su lado a sus respectivas casas, con la máscara de felicidad impuesta pero recordando al final, pese al alcohol ingerido, que había que depositar la careta en la mesilla de noche antes de dormir. Los muchachos eran así, qué le vamos a hacer.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

porque sólo sabemos decir aquellas palabras que hemos escuchado antes, porque quitarse la máscara y conversar puede ser demasiado devastador para unos títeres tan débiles, porque no sos vos, soy yo

Anónimo dijo...

es verdad que a veces molestan esas conversaciones tan absurdas sin ningun sentido, pero tambien muchas veces unos momentos asi con los amigos son los que mas te ayudan para superar problemas.

Nacho Amigo dijo...

Desprecias la banalidad, amigo Alberto. Hay algo más allá, algo que impulsa a esos muchachos a reunirse día tras día, algo subyacente a todas las conversaciones que parecen no significar nada. Porque todo lo que se dice siempre quiere decir más de lo que parece.
Aunque claro, hay que reconocer que, por lo general, donde tú ves negro yo veo blanco, pese a que casi siempre miremos en la misma dirección.

Anónimo dijo...

Un perfecto espejo de todo, de ti y de mi. Creo que, aunque lo que dice ythur es cierto, no creo que estos muchachos sean tan profundo ni vean mas allá de dos palmos.

Anónimo dijo...

cuando Aznar dijo que los autores del 11M no estaban en montañas lejanas ni desiertos remotos alguno de los que aquí 'presentes' pensó que le estaba acusando a él.

A todos los 'comentaristas':
"Sigan rascando. Grandes premios en el interior."

Anónimo dijo...

Y lo que disfrutan los muchachos reviviendo una y otra vez lo mismo... No echamos nada de menos hasta que lo perdemos.

Nacho Amigo dijo...

Es imposible, Anónimo 3, conocer las intenciones de todos los hombres. Incluso es muy difícil tener claras las propias. Condenas demasiado a la ligera todo lo banal, como Alberto. Como dice Anónimo 4, nunca sabe bien cuanto vale algo hasta que lo perdemos. ¿Seríamos capaces de sobrevivir si cada instante fuera trascendental y cada palabra profunda?

Anónimo dijo...

yo no

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