Te despiertas con resaca. Te rascas la entrepierna porque en realidad en semejante situación no hay nada más que hacer. Caminas con esa mezcla de asco y felicidad que te proporciona estar lo suficientemente alelado como para no sentir dolor a pesar de saber que el dolor hoy es el principal actor. Llegas al baño, meas, cagas, con suerte no demasiado líquido. Te acercas al lavabo. Te lavas las manos. Tu aliento huele a mierda. Te enjuagas. Te miras al espejo. Adviertes con sorpresa una marca de carmín en tu cuello. La limpias intentando recordar en vano su procedencia. Y después abres la boca aterrorizado. Debajo de la mancha hay dos pequeños cráteres dibujados en la piel. Como cicatrices de un par de colmillos. Definitivamente tienes que dejar de beber.
1 comentario:
no te lo creas...
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