–¿Estás bien?
La pregunta parecía en principio fácil de afrontar, una aserción o una negación habrían bastado para despacharla y después sencillamente habría sido suficiente con darse la vuelta en la cama, buscar la postura y continuar la noche. Sin embargo antes de la respuesta hubo un silencio, lo cual significaba que yo no estaba en condiciones de responder con absoluta sinceridad, o más bien que no sabía cuál era la respuesta correcta. Excediéndome, entré a valorar de forma global mi vida hasta ese entonces, y, si bien no me gusta comparar situaciones dadas en ámbitos diferentes, aquello no resistía comparación alguna. La respuesta parecía, no ya perfilarse como un soso "sí", sino construir una frase del tipo de: nunca he estado mejor. Pero me propasé aún más en aquellos segundos de razonamiento y la certeza de que todo lo que había sucedido terminaría en cierto momento me condujo hasta su negación. Neil Armstrong tuvo que regresar a la Tierra. Los visos futuros no me daban buena espina, se me antojaban demasiado reales a pesar de la mano que acariciaba el rostro. Dicho de otro modo, llevando la situación a un contexto metereológico, hacía un sol espléndido pero en el parte amenazaron con temporal de frío y hielo. O peor. Quizás no fuera un temporal, quizás lo que se me avecinaba después del verano fuera un invierno perpetuo. Así las cosas, la respuesta magnífica a la que presumiblemente iba a seguir algún que otro arrumaco, aquel "nunca he estado mejor" que jamás pronuncié, pasaba a usar de sufijo un triste "y puede que jamás vuelva a estarlo". Debo ser la única persona del planeta, pensé, que echa de menos algo antes de haberlo perdido. Habían pasado ya unos segundos desde la interpelación, segundos que logré alargar con un "qué" interrogativo, intentando asumir que se me obligaba a dar una respuesta, que se me rogaba, mejor dicho, y yo, que no quería desmerecer la situación, yo que no deseaba que eso que se masticaba ahí, esa felicidad, se desdibujase, sólo supe decir con una sonrisa contenida:
–Sí.
Seguidamente, en vez de echarme a llorar, me dormí. Y soñé con un naufragio.
La pregunta parecía en principio fácil de afrontar, una aserción o una negación habrían bastado para despacharla y después sencillamente habría sido suficiente con darse la vuelta en la cama, buscar la postura y continuar la noche. Sin embargo antes de la respuesta hubo un silencio, lo cual significaba que yo no estaba en condiciones de responder con absoluta sinceridad, o más bien que no sabía cuál era la respuesta correcta. Excediéndome, entré a valorar de forma global mi vida hasta ese entonces, y, si bien no me gusta comparar situaciones dadas en ámbitos diferentes, aquello no resistía comparación alguna. La respuesta parecía, no ya perfilarse como un soso "sí", sino construir una frase del tipo de: nunca he estado mejor. Pero me propasé aún más en aquellos segundos de razonamiento y la certeza de que todo lo que había sucedido terminaría en cierto momento me condujo hasta su negación. Neil Armstrong tuvo que regresar a la Tierra. Los visos futuros no me daban buena espina, se me antojaban demasiado reales a pesar de la mano que acariciaba el rostro. Dicho de otro modo, llevando la situación a un contexto metereológico, hacía un sol espléndido pero en el parte amenazaron con temporal de frío y hielo. O peor. Quizás no fuera un temporal, quizás lo que se me avecinaba después del verano fuera un invierno perpetuo. Así las cosas, la respuesta magnífica a la que presumiblemente iba a seguir algún que otro arrumaco, aquel "nunca he estado mejor" que jamás pronuncié, pasaba a usar de sufijo un triste "y puede que jamás vuelva a estarlo". Debo ser la única persona del planeta, pensé, que echa de menos algo antes de haberlo perdido. Habían pasado ya unos segundos desde la interpelación, segundos que logré alargar con un "qué" interrogativo, intentando asumir que se me obligaba a dar una respuesta, que se me rogaba, mejor dicho, y yo, que no quería desmerecer la situación, yo que no deseaba que eso que se masticaba ahí, esa felicidad, se desdibujase, sólo supe decir con una sonrisa contenida:
–Sí.
Seguidamente, en vez de echarme a llorar, me dormí. Y soñé con un naufragio.
4 comentarios:
Todo el mundo que teme a la muerte echa de menos algo antes de haberlo perdido (uff, me estrujé el cerebro pa decir eso... jajaj :))
aunque no temas a la muerte, creo que echas de menos algo cuando antes de perderlo porque tienes miedo a que todo se desvanezca...
No eres la única persona de este planeta.
¿Todo eso pasó por tu cabeza ese día? Igual simplemente yo hice como que no notaba ese silencio...
F
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