Hoy el despertador sonó media hora más tarde, lo cual todavía me desconcierta. Eso me obligó a ducharme, vestirme y desayunar en menos de diez minutos para poder llegar a tiempo al trabajo, no sin antes despedirme dando un beso en la frente a Helena, que descansaba todavía entre las sábanas. Cuando llegué a la oficina todos me miraron sorprendidos al verme entrar con la ropa de la calle, la gabardina chorreando agua de lluvia, la respiración entrecortada por la carrera que me había pegado desde el coche para llegar a la hora. Se me acercó el jefe de sección y me dijo: ¿Dónde está ese maldito café, Alberto? Yo le pregunté que de qué café me hablaba. Él me respondió que el que me había pedido hacía media hora. No entendía nada, pero como no quería cabrearle le llevé un café con leche de máquina lo más rápido que pude. ¿Qué mierda es esta?, me dijo al verlo. Le dije que hoy no lo quería con leche, añadió. Me disculpe como pude y se calmó, aceptando el vaso de papel humeante. Acto seguido me dispuse a trabajar en el informe de recursos humanos. Sorprendido, comprobé que el ordenador estaba ya encendido y que los presupuestos ya estaban hechos sobre mi mesa. Le pregunté a Paco si había tenido él el detalle de hacerlos. Él se rió de mí, me dijo: ¿Yo?, habrá sido lo que has hecho tú antes de irte al baño. No entré a discutir pese a mi desconcierto y me puse a trabajar. Al rato se acercó Noelia a mi mesa, con una sonrisa pícara en los labios que resaltaba su dentadura blanqueada, y me dijo medio en susurros: ¿Decías en serio lo de quedar al salir del trabajo? Tras unos segundos de estupefacción, le contesté que yo no podía haberle dicho eso, que yo estaba casado y todo eso. Ella frunció el ceño, me dio la espalda y dijo sin volverse: no estabas tan borde cuando nos vimos en la puerta del baño. Ya completamente mosqueado, acudí al baño pero no había nadie más que Miguel lavándose las manos. ¿Otra vez por aquí, Alberto?, me dijo con sorna. Me parece que hoy no tienes muchas ganas de currar o tienes diarrea, dijo antes de reírse de forma forzada. Volví a mi puesto de trabajo pensando cosas como que alguien me estaba suplantando o que todos se habían vuelto locos. Acabé el informe, hice un poco más de papeleo y llegó la hora de irse, las 3. Salí a la calle a buscar el coche donde lo había aparcado, una calle poco transitada a una manzana del bloque de oficinas de Hermanos Sanz S.A. Menos mal que en la calle no había casi nadie que pudiera verme, porque menuda cara de gilipollas se me debió quedar al ver que no había ni rastro de mi coche. Furioso, paré un taxi y volví a casa pensando que lo había aparcado correctamente y que si los de la grúa, que si vaya mierda de día. Entré en casa cabizbajo, quitándome la gabardina ya seca, dije en voz alta: Helena, no te vas a creer lo que me ha pasado en el trabajo. De pronto escuché ruidos en el dormitorio, voces nerviosas. Fui a ver qué sucedía y allí estaba Helena desnuda en la cama, tapándose pudorosa. A su lado, de pie, estaba yo en calzoncillos, con los brazos en jarras mirándome. Helena dijo algo confuso. Y yo me saludé a mí mismo, como si me hubiera levantado media hora antes.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho.
Sublime.
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