Llovía. Encendí un cigarrillo. Me gusta fumar bajo la lluvia. Desafiando a Dios con la brasa apuntando hacia las nubes negras. Caminando con las zapatillas sobre los charcos. Empapándome los pies. Permitiendo la invasión silenciosa del agua sucia sobre los calcetines. Conquistándome como otras tantas veces. Y nunca opongo resistencia, a pesar de su violento golpeteo contra la piel. Porque sé que en el fondo es sólo una simbiosis, una simbiosis melancólica.
Quizás sea la única guerra en la que no hay vencedores, sólo vencidos.
Cuando al fin regreso a casa, herido de muerte, me miro en el espejo. La sangre es más transparente que nunca.
De pronto tengo mucho miedo: no sé si el que sangra soy yo o es el cielo.
Quizás sea la única guerra en la que no hay vencedores, sólo vencidos.
Cuando al fin regreso a casa, herido de muerte, me miro en el espejo. La sangre es más transparente que nunca.
De pronto tengo mucho miedo: no sé si el que sangra soy yo o es el cielo.
1 comentario:
Alberto, sí, soy yo, al que tantas veces has pillado y al que tantas veces has corregido... Es la polla lo que has escrito macho... Luego te veo para que me recites en alto.
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