Tenía que elegir. Así que opté por los monstruos de siempre. Los que habitaban dentro de las paredes de mi cuarto expresándose mediante el gotelé, los que se reflejaban en el espejo del baño a oscuras, los que se tumbaban a mi lado por las noches y me cantaban nanas porque no puedo dormir, no puedo dormir, mamá. Piensa en algo relajante, respondía ella antes de volver a su cama. Nadie los veía, ni siquiera yo, pero ahí estaba su presencia, como si fueran el aire que quedaba por dentro de las sábanas y que yo intentaba apretar contra mi cuerpo para que desaparecieran. De esa forma regresé al insomnio de mi infancia, a estrellarme contra el patio del colegio y llegar a casa con las rodillas ensangrentadas, a la ignorancia absoluta, al miedo a recorrer el pasillo de mi antiguo hogar, a llegar al baño del fondo y observar la imagen grotesca de una sombra deformada en el espejo del baño, y al enfrentamiento constante con los monstruos que me hablaban de la muerte de mi abuelo y de los insectos necrófagos, volver a aquellos sillones que tiramos a la basura porque podíamos comprarnos un par de sillones buenos, no como esos rotos, viejos y desgastados, aquellos sillones que tanto eché de menos. Tenía que elegir un refugio. Así que opté por el pasado. Porque, puestos a temer algo, mejor que sea algo conocido.
martes, 29 de abril de 2008
domingo, 27 de abril de 2008
Por el cumplimiento de la normativa social
La supervivencia social se fundamenta en el acatamiento de una serie de normas nunca escritas, un conjunto de leyes invisibles que nos obligan a sonreír para no preocupar a los demás, a ser amables, a justificar que hemos hecho lo que presuntamente no queríamos hacer por culpa de que habíamos bebido demasiado, como si al estar sobrios y cohibidos hiciéramos siempre lo correcto. También tenemos que saludar a un conocido cuando lo encontramos por la calle, aunque no apetezca, aunque a veces lo que realmente apetece sea correr. Tenemos que llorar de forma comedida, siempre en los momentos que lo precisan, tales como funerales, películas tristes o despedidas. Los demás tendrán que llorar a su vez o, en su defecto, darnos abrazos o realizar otro tipo de acto compasivo. Lo harán porque es lo que hay que hacer. Sin embargo hay que tener cuidado con llorar en momentos inadecuados, con dejarse llevar por algo que no está en las normas, soltar una carcajada inoportuna, golpear un objeto hasta destrozarlo, ese tipo de cosas que nacen de un lugar donde la convivencia no está regida y que surgen de algo demasiado animal, irracional, intrínseco. Algo que asustaría a los demás. A los que siguen la normativa vigente a rajatabla. Si te sales del guión corres el riesgo de que te tachen de loco. O que te cojan del hombro y te susurren al oído que lo que sientes no es real. Será mejor que te calmes, chico, eso no es real. Y lo dicen tan serios. Como si mis lágrimas fueran de mentira.
viernes, 25 de abril de 2008
Rumores
Hay un helicóptero sobrevolando el lugar de los hechos. Pero los hechos ya no están ahí, esas cosas hay que verlas en el momento, y como no podemos viajar al pasado por mucho que nos empecinemos, que cerremos los ojos y hagamos fuerza con no sé qué músculos, pues tendremos que conformarnos con la actualidad. Para el pasado ya tenemos a los testigos. Lo malo es cuando los testigos dan informaciones contradictorias. Uno dice que si ocurrió primero el fuego y después aparecieron los cuerpos moverse en el horizonte. Otro dice que el fuego no apareció hasta mediada la tarde. Otro que él no vio fuego. Que eso ya estaba quemado hace tiempo. Y por qué no están los satélites enfocando cuándo más los necesitamos. Así no hay manera, la reconstrucción a partir de los testimonios resulta, como poco, pintoresca. Dieciocho fuegos distintos a distintas horas, acompañados, o no, de un número variable de personas que caminaban por distintos puntos geográficos en el mismo momento, a distintas horas, en una zona prácticamente sin tránsito alguno. Cómo pretenden que vaya yo con esto a los medios de comunicación. Que yo salga a la palestra y diga una sarta de incongruencias, o peor, que diga que esto no tiene sentido. Hemos puesto a los testigos a evaluación psiquiátrica y todos parecen sanos como una rosa. Así que algo falla. Porque yo miro hacia la pradera donde empezó toda esta locura y no entiendo nada. Un círculo de hierba chamuscada. Un técnico lo ha medido y dice que es absolutamente perfecto geométricamente. Ni bomberos ni nada, se tuvo que apagar por sí solo. El satélite muerto durante unas horas. Qué casualidad. O no, ya no sé que pensar. Unos testigos que no saben lo que dicen, o lo saben pero no dicen lo que tienen que decir, no sé si me explico. Un complot, quizás. O una estupidez de la que no hay que preocuparse. Pero ahí al fondo está ese montón de hippies con pancartas sobre los alienígenas. Eso me preocupa. Sobre todo por los periodistas meticones. Por Internet. Por lo mal que funciona todo hoy día, porque los rumores son altamente propagables. El helicóptero sobrevuela la zona. Podrían bajar a echarme una mano. Joder. Creo que necesito unas vacaciones.
jueves, 24 de abril de 2008
DEP
Piensa en mamá. Piensa en papá. En el resto de tu familia.
Piensa en todos ellos encerrados dentro de sus tumbas, degradándose a su ritmo, o en sus urnas para las cenizas, como si todo consistiera en una colección de trofeos muy quietos, con sus placas y sus lápidas como único testimonio de lo de dentro.
Piensa en tus amigos y conocidos. Piensa en ellos encerrados en sus respectivos recipientes, con sus respectivas familias alrededor. Como si todo el amor del mundo se tuviera que fosilizar y clasificar cuidadosamente.
Piensa en funerales, en cruces, en misas, en coronas de flores carísimas. El cura sermoneando sobre cosas que nunca ha visto. DEP: suena como un apócope de deprimente. Piensa en un muro lleno de nichos, como un chifonier gigantesco. Con una placa en cada cajón para que no te olvides de lo que hay ahí guardado. Calcetines. Calzoncillos. Luis García Bermúdez. Camisetas de interior. María Ramírez Baquero. Piensa en ti. Ahí dentro. Con tu nombre por fuera y un par de fechas representativas grabadas. Correctamente etiquetado. No vaya a ser que te pierdas.
Por una vez piensa en todo eso. Yo ya estoy harto de hacerlo.
Piensa en todos ellos encerrados dentro de sus tumbas, degradándose a su ritmo, o en sus urnas para las cenizas, como si todo consistiera en una colección de trofeos muy quietos, con sus placas y sus lápidas como único testimonio de lo de dentro.
Piensa en tus amigos y conocidos. Piensa en ellos encerrados en sus respectivos recipientes, con sus respectivas familias alrededor. Como si todo el amor del mundo se tuviera que fosilizar y clasificar cuidadosamente.
Piensa en funerales, en cruces, en misas, en coronas de flores carísimas. El cura sermoneando sobre cosas que nunca ha visto. DEP: suena como un apócope de deprimente. Piensa en un muro lleno de nichos, como un chifonier gigantesco. Con una placa en cada cajón para que no te olvides de lo que hay ahí guardado. Calcetines. Calzoncillos. Luis García Bermúdez. Camisetas de interior. María Ramírez Baquero. Piensa en ti. Ahí dentro. Con tu nombre por fuera y un par de fechas representativas grabadas. Correctamente etiquetado. No vaya a ser que te pierdas.
Por una vez piensa en todo eso. Yo ya estoy harto de hacerlo.
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miércoles, 23 de abril de 2008
Batallitas de papá
¿Sol? Claro. Tú no lo llegaste a ver, hijo mío, pero cuando yo era joven, cuando tenía tu edad, había sol. No lo puedes entender, pues has nacido en un mundo condenado a la noche, con esas fatídicas farolas estelares que ponen desde por la mañana hasta el final de la tarde, imitando de mala manera el auténtico sol. Es cierto que alguna ventaja nos ha traído, como que ahora el cáncer de piel sea una rareza o que podemos decidir a nuestro antojo cuándo iluminar, aunque llueva todos los días. Antes era una casualidad ver sol y lluvia a la vez, hijo. Ahora es la norma general. Raro es el día que no llueva con esas nubes perennes azotando constantemente nuestros cielos. Hijo, si tú supieras. Había algo más allá de los tubos fluorescentes. Había luz de verdad. Mira mis fotos. ¿Ves? Cielo azul. No esta condenada mierda que hay ahora. Cuando hacía sol, no los neosoles esos, o como coño quieras que los llamen, los bares abrían terrazas y la gente se sentaba allí a tomar algo sonriendo. Las chicas tomaban el sol al aire libre, a veces en top less. Yo no lo entendía. Creía que era una imbecilidad ponerse ahí a tomar el sol perdiendo el tiempo. Pero ahora que la forma más parecida de perder el tiempo es empaparse mientras te iluminan grandes focos que recalientan los chubasqueros te juro que lo echo de menos. Es como si hubiéramos convertido todo en plástico. A nuestra imagen y semejanza. Como si fuéramos los dioses del PVC. Unos auténticos imbéciles, en definitiva. Llaman, serán tus amigos. Hala, vete con ellos. Yo me quedaré aquí viendo la televisión. A veces echan algo decente, ¿sabes?
martes, 22 de abril de 2008
Secuestro
Finalmente, una decisión. Voy a cerrar todas las puertas. Todas las ventanas. Bajaré todas las persianas. Iluminado bajo la única luz de un cigarrillo que se agota en los labios. Con el único sonido de los latidos de mi pulso. Y después no sé qué pasará. Ni siquiera sé si conseguiré escapar. Pero si lo logro, si me veis con vida después de todo eso, lo más propio sería tenerme miedo. Mucho miedo.
lunes, 21 de abril de 2008
Historia de amor sin sintaxis
Llueve. Tropiezan. Casualidad. Disculpas. Invita. Acepta. Cita. Sol. Café. Bromas. Algo. Canción. Brillo. Miradas. Caricias. Beso. Sonrisas. Columpios. Besos. Mordiscos. Besos. Metro. Casa. Habitación. Cama. Ropa. Caricias. Desnudez. Reconocimiento. Caricias. Besos. Mordiscos. Besos. Muelles. Mordiscos. Movimiento. Newton. Ritmo. Sudor. Suspira. Posición. Más. Abismos. Más. Llaves. Detente. Marido. Descubiertos. Perdón. Furia. Cocina. Cuchillo. Habitación. Perdón. Gritos. Sangre. Silencio. Jaque. Mate.
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domingo, 20 de abril de 2008
Capicúa
Ayer te asesiné. Tú no te diste ni cuenta. Probablemente estabas tomando una cerveza tranquilamente cuando sucedió todo. Pensando en esas cosas que sueles pensar cuando te distraes, cuando miras unos segundos a un lugar indefinido que descansa entre lo que te rodea y tu cuerpo, un espacio sordo y mudo que se ofrece únicamente a tu mirada. Fue justo en ese momento, sí. No hubo sangre. No hubo dolor. Ni siquiera tuve que acercarme. Sólo un deseo bastó para acabar contigo. Pero no quiero que pienses que por eso resultó más fácil. Ni mucho menos. Entiende que tenía que hacerlo de una forma en la que ninguno de los dos nos diésemos cuenta. Y por eso hoy te has (nos hemos) despertado de forma normal y crees que sigues con vida. Que te quede claro: sigues con vida porque no eres consciente de que has muerto. Bueno, quizás deberías plantearte algunas cosas. Lo primero, que si has (hemos) muerto quizás no es muy conveniente comportarte como los vivos. Lo segundo, la razón de tu (nuestro) asesinato. Fue sin querer. No fue un acto premeditado ni planeado en ningún momento, ni tuvo una gran expresión material, es más, dudo que lleguemos a descomponernos en mucho tiempo, seremos como trozos de carne sin alma hasta que nos descubran y decidan que debemos estar enterrados, nos encierren en un bonito par de ataúdes, nos entierren a cientos de kilómetros de distancia, cada uno en su puta casa, como si jamás hubiésemos compartido, qué sé yo, un trago de café o una idea. Entonces recordaré algo, una escena común en algún rincón de esta bola estelar donde hemos nacido. Y ese, justo ese, será nuestro punto de retorno, porque lo necesitaremos cuando estemos (esté) tan solos (solo) bajo tierra. Y el asesinato que me ocurrirá desde ese momento no nos importará. Aunque tú seas mi matarife. Aunque me pilles de improviso un día (por ejemplo, ayer) tomando una cerveza, mirando ese lugar que tú conoces que es sólo para mí. Aunque ya tenga el certificado de defunción sobre la mesa. El mío, el tuyo, el nuestro, qué más da.
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viernes, 18 de abril de 2008
Hades
De pequeño rezaba a Dios para morirme despierto. Ahora no estoy tan seguro de que eso sea lo que quiero.
Pero no importa.
Porque en cualquier caso sé que iré al infierno.
Pero no importa.
Porque en cualquier caso sé que iré al infierno.
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martes, 15 de abril de 2008
Sexo textual
La relación entre escritor y lector es una completa sumisión. El escritor se presenta amordazado y maniatado por los límites de sus propias palabras. Ofreciéndote un trozo verbal de sí mismo. Leer es follártelo desde el anonimato. Una violación silenciosa que empieza por acercar la mano hasta el cuerpo del texto, dejándola resbalar por dentro de los pantalones hasta que los apéndices se juntan. Puedes afrontarlo moviendo los labios, repitiendo las sílabas hasta que se confundan con una respiración fuerte. Dejándote llevar por los adverbios de lugar. Aquí. Por los de tiempo. Ahora. Desabrochando los botones construidos a partir de preposiciones. Deslizando los dedos entre líneas, apropiándote de unas ideas ajenas para fagocitarlas una y otra vez. Y se continúa con el ritmo impuesto entre los dos, un presente perfecto, acelerando poco a poco, pones al texto contra la pared y lo fuerzas, lo exprimes aprentando su piel contra las uñas, arañas un último suspiro y así llega el jadeo del orgasmo con la palabra final. Después sólo falta abandonar al escritor vejado y esperar. Esperar hasta que se produzca un nuevo encuentro. Porque esa triste espera es lo único que nos quedará.
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lunes, 14 de abril de 2008
Monólogo en la Gran Vía
Hoy día el mundo occidental tiende a la, permítanme el vocablo, superespecialización en todos los ámbitos. Hay especialistas en los campos más insospechados del conocimiento humano. Parece que esta tendencia marcará el futuro de los planes de estudios, de trabajo, etc. Yo, que no quería quedarme anticuado, he creado una nueva especialidad donde desarrollar todo mi potencial. Soy especialista en fracasos. Ya sé que hay muchos tipos de fracasos: amorosos, económicos, emocionales, familiares, políticos... No se extrañen. De momento pretendo hacerme experto en fracasos en general, para a posteriori especializarme aún más en algún tipo de fracaso concreto. Puede que no vean la utilidad de mi especialidad, no se lo discuto, pero yo la encuentro muy estimulante. Les explico cómo actúo. Para estudiar a fondo los fracasos me introduzco en el papel de fracasado, experimento conmigo mismo las diversas situaciones que llevan a un hombre normal y corriente, de a pie, como se suele decir, hacia un fracasado de uno u otro tipo. Por ejemplo, lo primero que hice fue declararme a una chica estupenda de la que me enamoré para que me rechazara. Quizás ese fue el peor de todos. Otro día me incliné por comprar acciones en bolsa, produciéndose una caída tremenda de su valor en el mercado a las pocas horas. Seguidamente intenté meterme a política para salir del bache financiero, pero mis compañeros de partido me cortaron las alas en cuanto vieron que podía ser un peligro. Y lo tuve que dejar. En el trabajo hice mal todos las facturas hasta que el jefe, harto, me despidió. Porteriormente un día de furia le rompí a mi padre su bien más preciado, el coche, martillo en ristre, lo cual provocó una paliza por su parte, la expulsión del hogar (pues había tenido que irme a vivir de nuevo con mis padres tras el embargo de mi piso, al no disponer de trabajo) y mi consecuente situación actual. Viviendo entre cartones en la Gran Vía, damas y caballeros. Así que por todo ello les pido, señores viandantes de buena voluntad, una mísera limosna para ayudarme y poder así completar mis estudios sobre el tema. Gracias, caballero, Dios se lo pague.
domingo, 13 de abril de 2008
Parte de la batalla
Llovía. Encendí un cigarrillo. Me gusta fumar bajo la lluvia. Desafiando a Dios con la brasa apuntando hacia las nubes negras. Caminando con las zapatillas sobre los charcos. Empapándome los pies. Permitiendo la invasión silenciosa del agua sucia sobre los calcetines. Conquistándome como otras tantas veces. Y nunca opongo resistencia, a pesar de su violento golpeteo contra la piel. Porque sé que en el fondo es sólo una simbiosis, una simbiosis melancólica.
Quizás sea la única guerra en la que no hay vencedores, sólo vencidos.
Cuando al fin regreso a casa, herido de muerte, me miro en el espejo. La sangre es más transparente que nunca.
De pronto tengo mucho miedo: no sé si el que sangra soy yo o es el cielo.
Quizás sea la única guerra en la que no hay vencedores, sólo vencidos.
Cuando al fin regreso a casa, herido de muerte, me miro en el espejo. La sangre es más transparente que nunca.
De pronto tengo mucho miedo: no sé si el que sangra soy yo o es el cielo.
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jueves, 10 de abril de 2008
Ciao
Las despedidas son entierros a pequeña escala.
Sin muertos ni ataúdes pero con la ausencia inminente.
No me gusta estar de luto.
Pero no puedo evitarlo.
Porque cada vez que hablamos siento que me estuviera despidiendo de ti.
Sin muertos ni ataúdes pero con la ausencia inminente.
No me gusta estar de luto.
Pero no puedo evitarlo.
Porque cada vez que hablamos siento que me estuviera despidiendo de ti.
miércoles, 9 de abril de 2008
Medias horas
Hoy el despertador sonó media hora más tarde, lo cual todavía me desconcierta. Eso me obligó a ducharme, vestirme y desayunar en menos de diez minutos para poder llegar a tiempo al trabajo, no sin antes despedirme dando un beso en la frente a Helena, que descansaba todavía entre las sábanas. Cuando llegué a la oficina todos me miraron sorprendidos al verme entrar con la ropa de la calle, la gabardina chorreando agua de lluvia, la respiración entrecortada por la carrera que me había pegado desde el coche para llegar a la hora. Se me acercó el jefe de sección y me dijo: ¿Dónde está ese maldito café, Alberto? Yo le pregunté que de qué café me hablaba. Él me respondió que el que me había pedido hacía media hora. No entendía nada, pero como no quería cabrearle le llevé un café con leche de máquina lo más rápido que pude. ¿Qué mierda es esta?, me dijo al verlo. Le dije que hoy no lo quería con leche, añadió. Me disculpe como pude y se calmó, aceptando el vaso de papel humeante. Acto seguido me dispuse a trabajar en el informe de recursos humanos. Sorprendido, comprobé que el ordenador estaba ya encendido y que los presupuestos ya estaban hechos sobre mi mesa. Le pregunté a Paco si había tenido él el detalle de hacerlos. Él se rió de mí, me dijo: ¿Yo?, habrá sido lo que has hecho tú antes de irte al baño. No entré a discutir pese a mi desconcierto y me puse a trabajar. Al rato se acercó Noelia a mi mesa, con una sonrisa pícara en los labios que resaltaba su dentadura blanqueada, y me dijo medio en susurros: ¿Decías en serio lo de quedar al salir del trabajo? Tras unos segundos de estupefacción, le contesté que yo no podía haberle dicho eso, que yo estaba casado y todo eso. Ella frunció el ceño, me dio la espalda y dijo sin volverse: no estabas tan borde cuando nos vimos en la puerta del baño. Ya completamente mosqueado, acudí al baño pero no había nadie más que Miguel lavándose las manos. ¿Otra vez por aquí, Alberto?, me dijo con sorna. Me parece que hoy no tienes muchas ganas de currar o tienes diarrea, dijo antes de reírse de forma forzada. Volví a mi puesto de trabajo pensando cosas como que alguien me estaba suplantando o que todos se habían vuelto locos. Acabé el informe, hice un poco más de papeleo y llegó la hora de irse, las 3. Salí a la calle a buscar el coche donde lo había aparcado, una calle poco transitada a una manzana del bloque de oficinas de Hermanos Sanz S.A. Menos mal que en la calle no había casi nadie que pudiera verme, porque menuda cara de gilipollas se me debió quedar al ver que no había ni rastro de mi coche. Furioso, paré un taxi y volví a casa pensando que lo había aparcado correctamente y que si los de la grúa, que si vaya mierda de día. Entré en casa cabizbajo, quitándome la gabardina ya seca, dije en voz alta: Helena, no te vas a creer lo que me ha pasado en el trabajo. De pronto escuché ruidos en el dormitorio, voces nerviosas. Fui a ver qué sucedía y allí estaba Helena desnuda en la cama, tapándose pudorosa. A su lado, de pie, estaba yo en calzoncillos, con los brazos en jarras mirándome. Helena dijo algo confuso. Y yo me saludé a mí mismo, como si me hubiera levantado media hora antes.
martes, 8 de abril de 2008
Recepción del premio
Gracias. Gracias a todos. Me conmueven vuestros aplausos. La verdad este es uno de esos momentos que uno no sabe qué decir. Después de tantos meses de entrenamiento, de perfeccionamiento de la técnica, ha llegado la recompensa. Aquí está, este pequeño trozo de metal con una plaquita grabada que me habéis otorgado y que ahora sostengo. No lo es tanto por el magnífico cheque que lo acompaña, pues al fin y al cabo es sólo dinero, y como tal, sé que de un modo u otro acabaré malgastándolo. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, yo no debo ser humano. Siempre gasto el dinero en lo que no debo. (Risas). Pero bueno, yo a lo que vengo a hablar aquí no es de mis múltiples errores, sino de mi triunfo, triunfo que no me pertenece a mí sólo en modo alguno, triunfo que no debo dejar de caer en la egolatría que tanto me pierde a veces y que algunos de vosotros conoceréis de cerca. Porque sin vosotros este premio no tendría sentido. (Aplausos). Sé que esto lo dicen muchos vencedores de concursos de la más variada índole, pero yo lo digo con absoluta sinceridad. Porque para empezar mi triunfo ha sido un fruto de la subjetividad de una votación anónima. No se me ha votado, lo reconozco, por mi calidad objetiva, hay rivales que sé que se lo merecian más que yo. (Aplausos). Bueno, pues que se jodan. (Risas). En fin, esto puede hacer parecer que este premio tiene menos valor que el que puede otorgar un jurado especializado. En cierto sentido elitista esto es cierto. (Silencio). Pero decidme, quién necesita a las élites pudiendo salir de cañas con el pueblo llano. (Aplausos). Sí, eso es. Quién necesita a las élites. Yo no. Aunque a veces las envidie. (Silencio). Eso es todo. Gracias. (Aplausos).
lunes, 7 de abril de 2008
Necrológica del día
Sólo creo en la enfermedad. Es la única constante que sigue la vida, la única x en cada ecuación. Algunos se empeñan demasiado tiempo en negarla, obviarla, dedicarse a otros asuntos, defender alguna causa perdida. Eso sí, cuando se quieren dar cuenta están demenciados, muriéndose en un sofá. Con un rifle en las pantorrillas. No vaya a ser que en el infierno haya que defenderse.
sábado, 5 de abril de 2008
Confesiones a una cerveza
Si sólo fuera el hecho de estar aquí los dos solos no empezaría a hablarte de esta forma. Porque lo importante no es que estemos tú y yo, que suene en este pub una canción de Supertramp o que seas la tercera de esta noche. La camarera me mira con cara de preocupación. Mientras no llame a la policía no pasa nada, la verdad. Como te iba diciendo, todo esto que sucede ahora no importa, lo que realmente me preocupa, lo que me ha llevado a hablar contigo, a tratarte de tú a tú antes de beberte, es todo lo que no sucede. Porque todo lo que no ha sucedido me ha llevado hasta aquí, negando las demás opciones hasta acabar hablando con una pinta de cerveza como si estuviera loco. Qué estupidez. Pero no me voy a arrepentir de esto. Aunque parezca un error, por el simple hecho de que pudiera estar en otro sitio pasándomelo mejor que contigo. Porque este error es parte de mí, me configura. Pero asumo que me consumo, que hay riesgos implícitos en cada actuación, que no todo puede ser perfecto. Por supuesto que me jode, pero lo asumo. Es una cláusula que todos hemos firmado al nacer. Maldita sea. Me parece que la camarera ha cogido el teléfono y me mira con miedo. Habrá que pagar la cuenta e irse. Hasta nunca, rubia.
viernes, 4 de abril de 2008
Metadona
No puedo prometerte la luna porque no soy un poeta.
Sería conveniente aceptarlo.
Sin embargo hay días que me hago ilusiones en vano. Falsas esperanzas.
Es entonces cuando me creo capaz de prometerte, al menos, una vida sin defectos.
Y como no sé cómo prometerte tal cosa, escribo aquí.
Es igual que entrar en un centro de desintoxicación. A pesar de que al volver a casa la cuchara estará esperando.
Todo seguirá igual. Como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros, mi querida adicción.
Sería conveniente aceptarlo.
Sin embargo hay días que me hago ilusiones en vano. Falsas esperanzas.
Es entonces cuando me creo capaz de prometerte, al menos, una vida sin defectos.
Y como no sé cómo prometerte tal cosa, escribo aquí.
Es igual que entrar en un centro de desintoxicación. A pesar de que al volver a casa la cuchara estará esperando.
Todo seguirá igual. Como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros, mi querida adicción.
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jueves, 3 de abril de 2008
Circo vacío
El payaso está triste, sí,
ya no quedan niños en este lugar.
Está triste porque todos los hombres
han envejecido y no saben reír,
sólo sueñan con planes de pensiones
y con irse de viaje de vacaciones,
aunque resulte que al final
ninguno llegue a ningún lugar.
El payaso ha perdido sus colores,
ahora no los necesita para llorar,
ya no cantará más sus canciones,
sabe que nadie querrá escuchar.
Su última función será la nuestra:
cuando salga al escenario, destronado,
en vez de una sonrisa será una mueca
lo que en los labios lleve pintado;
una flor bella no, mas sí tendrá una fea,
podrida y negra, y mirará asustado
el auditorio vacío, los focos apagados,
y dirá con su voz arrugada: "de este lado
de la vida no hay nada, no queda nada,
me habéis destruido, dejando
que pase el tiempo, haciéndoos viejos,
ya no quedan niños en este lugar,
los días ahora son todos de invierno
y los inviernos están llenos de muertos,
y a mí
me sobran los muertos, me faltan sueños.
Pero no os disculpéis ya,
es inútil.
Jamás os podré perdonar."
ya no quedan niños en este lugar.
Está triste porque todos los hombres
han envejecido y no saben reír,
sólo sueñan con planes de pensiones
y con irse de viaje de vacaciones,
aunque resulte que al final
ninguno llegue a ningún lugar.
El payaso ha perdido sus colores,
ahora no los necesita para llorar,
ya no cantará más sus canciones,
sabe que nadie querrá escuchar.
Su última función será la nuestra:
cuando salga al escenario, destronado,
en vez de una sonrisa será una mueca
lo que en los labios lleve pintado;
una flor bella no, mas sí tendrá una fea,
podrida y negra, y mirará asustado
el auditorio vacío, los focos apagados,
y dirá con su voz arrugada: "de este lado
de la vida no hay nada, no queda nada,
me habéis destruido, dejando
que pase el tiempo, haciéndoos viejos,
ya no quedan niños en este lugar,
los días ahora son todos de invierno
y los inviernos están llenos de muertos,
y a mí
me sobran los muertos, me faltan sueños.
Pero no os disculpéis ya,
es inútil.
Jamás os podré perdonar."
Poker blues
Todo es más fácil de perder cuando lo apuestas. Es colocar en un espacio que no pertenece a nadie tus posesiones, embargarlas temporalmente, y esperar que el azar contribuya a que vuelvan engordadas. Bueno, el azar y una buena escalera de color, ya me entienden. Nadie había planeado la partida. Cuando quisimos darnos cuenta ya estaban sobre la mesa los tréboles, las picas, etc. Y el dinero, por supuesto. Bruno siempre tenía a mano una baraja, después alguien cogía el tapete y no había más que decir. La timba de póquer fue evolucionando a su ritmo habitual, con sus piques entre amigos, risas, el humo del tabaco inundando el cuarto, y unos vasitos de coñac que tenía Sebastián reservado para este tipo de ocasiones. Unos ganábamos, otros perdían, y al tiempo alguno pasaba de tener dinero a no tener nada. Yo por mi parte tenía una buena noche, de esas en las que parece que las cartas se juntaban en mis manos, formaban jugadas de forma instantánea, como predestinadas a hacerme la cosa más sencilla. Pedro aprovechó el refranero popular para decirme aquello de afortunado en el juego... pero no quise entrar al trapo. Esa noche sólo importaban las cartas y no quería discutir. Pasaron unas horas y decidimos que aquella iba a ser la última ronda. Y en esto estamos que me llega a las manos un color, un precioso color de corazones: 7, 8, J, K, A. No me cabía la menor duda de que iba a rematar la noche llevándome la última ronda y por eso dije: venga, apuesto todo lo que tengo. Según la masa de dinero se acercaba al centro de la mesa los demás fueron tirando sus cartas como hombres muriendo en un pelotón de fusilamiento: Sebastián, Jordi, Joan, Pedro. Le tocaba hablar a Bruno. Me miró a los ojos. No quedaba nadie más. Si él abandonaba, yo ganaba, todo se cumplía y a dormir la mona. Era lo esperado. Pero Bruno me miró a los ojos. Y jamás podré olvidar esa mirada. Dijo: voy. Puso todo lo que tenía junto a mi apuesta. Sacó un puto póquer de nueves. Más suerte la próxima vez, compadre, añadió sonriendo. Yo miré hacia mis cartas, tiradas en el tapete, inútiles pero bellas. Y vi cómo se hacían pedazos todos mis corazones.
martes, 1 de abril de 2008
Estar bien
–¿Estás bien?
La pregunta parecía en principio fácil de afrontar, una aserción o una negación habrían bastado para despacharla y después sencillamente habría sido suficiente con darse la vuelta en la cama, buscar la postura y continuar la noche. Sin embargo antes de la respuesta hubo un silencio, lo cual significaba que yo no estaba en condiciones de responder con absoluta sinceridad, o más bien que no sabía cuál era la respuesta correcta. Excediéndome, entré a valorar de forma global mi vida hasta ese entonces, y, si bien no me gusta comparar situaciones dadas en ámbitos diferentes, aquello no resistía comparación alguna. La respuesta parecía, no ya perfilarse como un soso "sí", sino construir una frase del tipo de: nunca he estado mejor. Pero me propasé aún más en aquellos segundos de razonamiento y la certeza de que todo lo que había sucedido terminaría en cierto momento me condujo hasta su negación. Neil Armstrong tuvo que regresar a la Tierra. Los visos futuros no me daban buena espina, se me antojaban demasiado reales a pesar de la mano que acariciaba el rostro. Dicho de otro modo, llevando la situación a un contexto metereológico, hacía un sol espléndido pero en el parte amenazaron con temporal de frío y hielo. O peor. Quizás no fuera un temporal, quizás lo que se me avecinaba después del verano fuera un invierno perpetuo. Así las cosas, la respuesta magnífica a la que presumiblemente iba a seguir algún que otro arrumaco, aquel "nunca he estado mejor" que jamás pronuncié, pasaba a usar de sufijo un triste "y puede que jamás vuelva a estarlo". Debo ser la única persona del planeta, pensé, que echa de menos algo antes de haberlo perdido. Habían pasado ya unos segundos desde la interpelación, segundos que logré alargar con un "qué" interrogativo, intentando asumir que se me obligaba a dar una respuesta, que se me rogaba, mejor dicho, y yo, que no quería desmerecer la situación, yo que no deseaba que eso que se masticaba ahí, esa felicidad, se desdibujase, sólo supe decir con una sonrisa contenida:
–Sí.
Seguidamente, en vez de echarme a llorar, me dormí. Y soñé con un naufragio.
La pregunta parecía en principio fácil de afrontar, una aserción o una negación habrían bastado para despacharla y después sencillamente habría sido suficiente con darse la vuelta en la cama, buscar la postura y continuar la noche. Sin embargo antes de la respuesta hubo un silencio, lo cual significaba que yo no estaba en condiciones de responder con absoluta sinceridad, o más bien que no sabía cuál era la respuesta correcta. Excediéndome, entré a valorar de forma global mi vida hasta ese entonces, y, si bien no me gusta comparar situaciones dadas en ámbitos diferentes, aquello no resistía comparación alguna. La respuesta parecía, no ya perfilarse como un soso "sí", sino construir una frase del tipo de: nunca he estado mejor. Pero me propasé aún más en aquellos segundos de razonamiento y la certeza de que todo lo que había sucedido terminaría en cierto momento me condujo hasta su negación. Neil Armstrong tuvo que regresar a la Tierra. Los visos futuros no me daban buena espina, se me antojaban demasiado reales a pesar de la mano que acariciaba el rostro. Dicho de otro modo, llevando la situación a un contexto metereológico, hacía un sol espléndido pero en el parte amenazaron con temporal de frío y hielo. O peor. Quizás no fuera un temporal, quizás lo que se me avecinaba después del verano fuera un invierno perpetuo. Así las cosas, la respuesta magnífica a la que presumiblemente iba a seguir algún que otro arrumaco, aquel "nunca he estado mejor" que jamás pronuncié, pasaba a usar de sufijo un triste "y puede que jamás vuelva a estarlo". Debo ser la única persona del planeta, pensé, que echa de menos algo antes de haberlo perdido. Habían pasado ya unos segundos desde la interpelación, segundos que logré alargar con un "qué" interrogativo, intentando asumir que se me obligaba a dar una respuesta, que se me rogaba, mejor dicho, y yo, que no quería desmerecer la situación, yo que no deseaba que eso que se masticaba ahí, esa felicidad, se desdibujase, sólo supe decir con una sonrisa contenida:
–Sí.
Seguidamente, en vez de echarme a llorar, me dormí. Y soñé con un naufragio.
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